Como en la vida misma, no todo era bondad en el andar peregrino, pues abundaban los vagos, pícaros, mendigos, bandidos, aventureros, falsos banqueros y médicos que intentaban sacar beneficio de los verdaderos peregrinos, a los que habría que añadir los hospederos, que no gozaban de buena fama en la literatura de la época; de ahí un refrán muy frecuentemente usado:
“Camino francés, dan gato por res.”
Por los acuerdos del cabildo de la Catedral conocemos también robos a peregrinos extranjeros, a los que ayudaban con limosnas que les permitían regresar a sus países de origen.
Los falsos peregrinos eran reconocidos pese a su disfraz; también para ellos encontró sentencia el refranero español:
“Bordón y calabaza, vida holgada”,
pues había profesionales del vagabundeo que vivían de la sopa boba, el vino y el pan de los lugares de acogida; recibían el tratamiento de bordoneros y galloferos. Gallofear era, y sigue siendo, sinónimo de pedir limosna, y bordonero aparece en el diccionario como sinónimo de vagabundo.
En Las peregrinaciones a Santiago de Compostela se afirma que el Camino fue refugio “de vagos, gallos y belitres.”
Citaré un caso verdaderamente curioso de un peregrino impostor, José Soller, un mulato que en el año 1693 obtuvo salvoconducto del arzobispo portugués Georgius Cornelius, nuncio del Papa en Lisboa, para peregrinar a Santiago de Compostela. Una vez alcanzado su destino obtuvo un certificado del cabildo de la Catedral Santiago, en el que se acreditaba que había confesado y comulgado como remate a su peregrinación. El mismo año el “peregrino mulato” fue procesado por fingirse sacerdote y por otros delitos.