La leyenda está presente en el mundo jacobeo, recordemos la barca de piedra de Muxía en la que habría viajado la Virgen para pedir a Santiago que regresara a Jerusalén; la forma en que se descubrió el sepulcro; las batallas de Clavijo y Las Navas de Tolosa; el origen de la vieira como símbolo de los peregrinos; las fantásticas peregrinaciones en un día desde apartados lugares de Europa, …

De ahí que sea frecuente el escepticismo sobre la posibilidad de que los restos que hoy veneramos en Compostela correspondan a Santiago. Pero no se puede poner en duda, y menos despreciar con ligereza, ni la tradición, ni la leyenda, pues según la frase atribuida a Chesterton: “Para que exista una tradición se necesita una verdad.”

El rey de Asturias Alfonso II supo aprovechar el hallazgo, a principios del siglo IX, de un misterioso sepulcro en un apartado lugar del finisterrae. En ese tiempo, los musulmanes penetraban con frecuencia en territorios cristianos para saquearlos y regresar a sus tierras, apoyados en su fe en Mahoma a través de los restos de un brazo del profeta que veneraban en la mezquita de Córdoba.  

El misterioso descubrimiento y la Fe de los cristianos fueron utilizados por el rey asturiano como revulsivo en la defensa de sus creencias frente al islam invasor.

¿Predicó Santiago en España?, ¿sus discípulos trajeron sus restos desde Jerusalén? Hay que recordar que los discípulos, cumpliendo el mandato del Señor, se desperdigaron por el mundo entonces conocido para predicar el Evangelio. La navegación por el Mediterráneo era habitual en la época, por lo tanto no resulta increíble.

Santiago y sus discípulos regresaron a Jerusalén, donde darían cuenta de su periplo por Hispania; tras su muerte, trasladaron su cadáver al lugar en el que había predicado y lo enterraron, y, narrarían a sus hermanos de Jerusalén el periplo seguido.

Está plenamente justificada la falta de escritos de la época sobre estos hechos, por la persecución contra los cristianos y, por ello, la tradición, es decir la transmisión por vía oral de hechos de generación en generación, es verosímil. A partir del siglo IV la tradición sobre estos hechos es recogida por escrito.

Naturalmente, la transmisión oral, que forma parte de la historia, tiene sus inconvenientes: la deformación y/o magnificación de los hechos, algo frecuente en el movimiento jacobeo; si a la tradición, unimos la Fe, podremos entender la relación entre los tres conceptos y distinguir entre lo posible y la leyenda.

Fe que hoy resulta difícil de entender e, incluso, se llega a considerar consecuencia de la ignorancia, y se desprecia. Y yo me pregunto: Si en el siglo XXI, en plena era del conocimiento, consideramos como verdades irrefutables muchas de las falsedades que se difunden a través de los medios de comunicación y las redes sociales, ¿por qué no ser más respetuosos con la Fe de los cristianos?