Los peregrinos procedentes de la ruta marítima de Coruña, o Ferrol en su caso, -Camino Inglés- entraban en Santiago por la Puerta de la Peña, los que habían utilizado el Camino Francés lo hacían por la Puerta Francígena, y antes de alcanzar su preciado objetivo recorrían la rúa del mismo nombre. En los años de “perdonanza” o jubilares, la entrada en el templo se realizaba a través de la Puerta Santa. entonando el siguiente canto:
En los siglos de máximo esplendor los peregrinos eran tan numerosos que se mantenían abiertas las puertas de la Catedral durante la noche, para acogerles; si la aglomeración era excesiva las autoridades limitaban a tres días la presencia en la ciudad.
En ocasiones, se producían peleas y hasta derramamiento de sangre en el templo, por el afán de los peregrinos de situarse en lugares privilegiados próximos al sepulcro del Apóstol; naturalmente, el abundante vino trasegado por algunos era también la causa de estas peleas. Estas situaciones obligaban al arzobispo a cerrar el templo para volver a consagrarlo. El año 1207 el Papa Inocencio III ordenó la purificación del templo con agua bendita mezclada con vino y cenizas.
Uno de los oficios que servían en la catedral era el de los silencieros o silenciarios, encargados de mantener el silencio y la quietud en el templo. Otro oficio vinculado a la Catedral era el de lenguajero, persona encargada de enseñar las reliquias y confesar a los peregrinos extranjeros.
No debían ser muchos los clérigos conocedores de varios idiomas, a la vista del siguiente acuerdo del cabildo:
“Se ordena entregar al procurador de la Compañía de Jesús, Juan de Sierra, una cantidad para pagar a un padre extranjero de la Compañía de Jesús, para confesar a extranjeros, por tener noticia y saber lenguaje de diferentes naciones, para confesar a los peregrinos que vienen en romería a Santiago Apóstol.”
Una manifestación concreta de la marea de peregrinos que llegaba a Santiago, queda patente en la preocupación del cabildo catedralicio[1] en determinados momentos, por la falta de trigo y pan
“…en la ciudad, a donde acuden peregrinos de todas partes.”
Son numerosos los acuerdos del cabildo catedralicio en los que se hace alusión a la gran concurrencia de peregrinos.
La ceremonia del perdón se celebraba llamando a los peregrinos por grupos, según su procedencia. El sacerdote, con una vara daba un ligero golpe a cada peregrino en señal de perdón y el oficiante pronunciaba la fórmula de la absolución.
A continuación, se depositaban ante el altar las ofrendas; una ofrenda frecuente de los peregrinos con capacidad económica era un tejo de oro: lingote de oro que llevaba impresas las armas del escudo del oferente[U1] [U2] .
Los peregrinos con menos recursos ofrecían limosnas para decir misas, cuya contabilización se encomendaba a personas de confianza, porque con cierta frecuencia algunos clérigos las percibían para sí sin tener autorización para ello. Eran muchos los que llegaban a Santiago en un estado físico penoso, así como los que se encontraban sin recursos para regresar a sus lugares de origen. Hay numerosas referencias de acuerdos del cabildo sobre limosnas entregadas a peregrinos españoles y extranjeros, tanto clérigos de diversas órdenes religiosas como seglares, por carecer de recursos para emprender el regreso. Los enfermos eran atendidos en monasterios y en el Hospital fundado por los Reyes Católicos, actual hotel con el mismo nombre.