La obtención de la codiciada compostella -también conocida como cédula de peregrinos- se remonta al siglo XIII; era, y sigue siendo, un certificado expedido por el Canónigo Penitenciario de la Catedral, que acreditaba el peregrinaje. Su posesión daba una cierta seguridad al peregrino durante el regreso a su lugar de origen, pues alejaba de él cualquier sospecha de aventurerismo.
Un testimonio más de la concurrencia de peregrinos de todas las nacionalidades, es el acuerdo del Cabildo fechado el 19 de febrero de 1667:
“Debido a que el número de peregrinos, así de españoles como extranjeros, que pedían pasaporte eran muchos y que si a todos se los hubiese de dar en pergamino, como lo tenían acordado, supondría un gasto importante para la mesa capitular, se acuerda dar los pasaportes a los extranjeros en pergamino y a los españoles en papel, sin llevar dinero ninguno.”
Nicolás Popielovo, al rememorar su peregrinación efectuada en el último tercio del siglo XV, habla de
“… una carta o pasaporte impreso en pergamino, por el que se pagan dos reales; añaden también una papeleta de confesión por la cual se paga un cuarto.”
A partir del año 1830 se conserva en el Archivo de la Catedral el registro de todos los peregrinos que reciben la compostella, con indicación del nombre, lugar de procedencia, país y fecha de entrega.
Cuando los peregrinos regresaban a sus lugares de origen, se constituían en difusores de la devoción al Apóstol, mediante la fundación de cofradías o hermandades jacobeas o su adhesión a las ya existentes. En las conmemoraciones de la festividad del Santo y en las reuniones de cofrades usaban los atributos distintivos del peregrino. Las cofradías más antiguas de las que hay noticia son las de Gante (Bélgica) y Douai (Francia), fundadas en los siglos XII y XIII, respectivamente.
Otra función de estas cofradías era la de recaudar fondos con los que facilitar la peregrinación a Compostela a quienes no disponían de los recursos mínimos necesarios. Las cofradías más antiguas de Inglaterra son Bataneros y Resurrección, fundadas ambas en la localidad de Lincoln -hoy capital administrativa del condado de Lincolnshire- en 1297 y 1374, respectivamente. Sus estatutos disponían que
“Si algún hermano o hermana desea peregrinar a Roma, Santiago de Galicia o Tierra Santa, la cofradía debe acompañarle a la puerta de la ciudad y cada uno de sus miembros debe darle por lo menos medio penique.”
Cuando regresaban, los miembros de la cofradía acudían a recibirlos y juntos desfilaban en procesión hasta la parroquia, donde celebraban un acto de acción de gracias por la finalización del viaje y en recuerdo de los fallecidos durante la peregrinación.
Terminaré este capítulo con una frase de Chateaubriand:
“No había peregrino que no volviera a su pueblo con algún perjuicio menos y alguna idea más.”