La venera, concha de la vieira, fue símbolo de la peregrinación a Compostela, desde el siglo XII. Los peregrinos las compraban en el mercadillo que se formaba en la puerta norte de la Catedral, conocida como Puerta de la Azabachería. En el viaje de regreso colgaban la venera del sombrero, en la capa o en el bordón. El negocio de venta de vieiras debía ser lucrativo, pues el año 1200 el arzobispo Suárez de Deza reivindicó la propiedad de los puestos de venta y el derecho exclusivo de la Iglesia a autorizar su comercialización.

En cuanto a su origen, una vez más surge la fantasía y encontramos diferentes versiones.

Walter Starkie recuerda una leyenda sobre su origen. Cuando los siete discípulos de Santiago que trasladaron su cuerpo en barco, llegaron a Iria Flavia, se celebraba una boda en la localidad y el novio encabezaba el cortejo nupcial sobre un caballo. De repente la montura se desbocó y se precipitó en el mar en el momento en que el barco con el cadáver del Apóstol llegaba a tierra. Cuando el novio salió a la superficie del agua, lo hizo completamente cubierto de vieiras. Uno de los discípulos tomó agua del mar y bautizo al novio salvado por la intercesión de Santiago.

            Nina Epton cuenta la historia en tiempo y forma diferente, aunque el final es el mismo. Un noble inglés quería embarcar para visitar al Apóstol y, al no encontrar pasaje, entró en el mar con su caballo y de esta forma llegó a Iria Flavia. Cuando salió del agua se dio cuenta de que su cuerpo y el de su caballo estaban cubiertos de vieiras.

            Leandro Carré añade una tercera versión que reúne los datos fundamentales de las dos expuestas anteriormente. La nave en la que los discípulos del Apóstol transportaban su cuerpo se encontraba ya en la costa gallega, en el lugar llamado Bouzas, donde se celebraba la fiesta de una boda. Entre los festejos organizados para deleite de los invitados, algunos caballeros jugaban con lanzas y “bafordaban”,

“… que es un juego consistente en arrojar la lanza al aire y galopar para recogerla al caer sin que toque el suelo”.

Uno de los que “bafordaban” era el novio, cuyo caballo, en un rápido saltó, entró en el mar y se sumergió en el agua; las suaves ondas que se formaron se dirigían a una nave, la que traía el cuerpo de Santiago y a sus discípulos. Caballo y caballero salieron del agua y los invitados pudieron observar con estupor que

“… el caballo, la silla, el pectoral, los estribos y los paños estaban cubiertos de vieiras, incluso el sombrero… y había salido del agua sin daño alguno.”

El caballero se dirigió sorprendido a los navegantes y les preguntó su opinión sobre el suceso:

“Dios quiere elevarte y Jesucristo, por este su vasallo que aquí traemos nosotros en esta barca, ha querido mostrar por él su poder a ti …. y que le vengan a buscar allí donde él sea enterrado, y que deben traer conchas como esas de que tú has sido conchado, como señal de privilegio.”


Tras el suceso, empujada por el viento, la nave continuó viaje hacia el lugar en el que habrían de depositar en tierra el cuerpo de Sant Yago, y, a partir de ese momento los peregrinos jacobeos utilizan la vieira, ya sea prendida en el sombrero o en la esclavina de su sayal, como signo de su peregrinación.