La peregrinación por mar tenía sus peculiaridades y peligros: tempestades, pérdida de rumbo, riesgo de naufragio y abordaje de piratas y corsarios que solían frecuentar las aguas del Canal de la Mancha y Finisterre, el viento, la lluvia, las salpicaduras, la falta de intimidad para satisfacer sus necesidades naturales, los olores ocasionados por los vómitos, suciedad y falta de higiene, pues el agua dulce era un bien escaso.
Naturalmente, la mayoría viajaba en cubierta, en la parte denominada combés -situada entre el palo mayor y el castillo de proa- con sus enseres personales, en el reducido espacio que dejaban libre los aparejos y mercancías, para no entorpecer la labor de los marineros. Otros viajaban bajo cubierta, junto con la carga, acompañados de pequeños animales doméstico vivos, para alimentarse. Se recomendaba el vino como medio para combatir el mareo, aunque su efecto se limitaba a provocar somnolencia.
Lo habitual era que los peregrinos vivieran su primera experiencia de navegación, por lo que los mareos serían habituales, e incluso antes de subir a bordo, escucharían consejos como éste, procedentes de la marinería:
El que no sepa rezar
que vaya por esos mares,
verá que pronto se aprende
sin enseñárselo nadie.
Había otra forma de hacer la travesía en barcos de mayor porte, reservada a los peregrinos que podían pagar los 40 ducados que costaba el viaje, precio que incluía la instalación en pequeños camarotes situados en el castillo de popa, dos comidas diarias y una copa de malvasía.
No puedo omitir un poema anónimo inglés del siglo XV, en el que se describe con detalle, de forma realista y humorística, las penalidades de los peregrinos por mar; veamos una muestra de las primeras cuartetas:
¡Pasajeros, olvidaos de toda diversión!,
pues muchos de los que van a Santiago
empiezan a sentirse mal,
nada más comenzar a navegar.
(…)
¡Alegraos, se nos echa encima la borrasca,
mantened la calma!
No hay más remedio.
No os amarguéis inútilmente.
Los pobres peregrinos yacen tirados por el suelo
y con el estómago en la boca.
Piden agritos un trago de malvasía caliente
y que los auxilien para reponerse.
(…)
William Wey, en el diario de su viaje a Coruña en la nave Marywhite para peregrinar a Compostela, daba los siguiente consejos a los futuros peregrinos:
“…comprar un barril de agua y llevarlo en el camarote, pero tened cuidado con él, porque si la tripulación o los peregrinos lo ven, beberán de él, robarán el agua… y el viajero tendrá que beber solo vino…”
Y, añadía, en el equipaje no debería faltar
“… un pequeño puchero, una sartén, platos y platillos, tres tazas de cristal y un rallador de pan… sin olvidar el buen cuidado de las cosas.”
La alimentación estaba basada en queso, torta dura de trigo, que se mojaba en agua o cerveza para ablandarla, carne salada, arenque, bacalao, frutos secos vino y cerveza.
El tiempo se ocupaba leyendo, jugando a las cartas y a los dados, pescando o escuchando las historias narradas por peregrinos y marineros. Incluso había quien predicaba, porque tenía una audiencia que no podía escapar.